Globalización, desarrollo regional y atomización del Estado Nación

 

©Martha C. Vargas T.


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2.3   El debate actual sobre el Estado Nación

Varios de los teóricos más prominentes de la globalización han venido sosteniendo que de la mano de ésta se da el advenimiento de una tendencia a la disgregación y a la búsqueda de “ataduras e identidades locales” (Boisier). Alberto Alesina, profesor de la Universidad de Harvard, en sus trabajos On the Number and Size of Nations y Economic Integration and Political Desintegration sostiene que las naciones miniatura como Islandia son el símbolo del futuro.

Es de gran importancia examinar los argumentos que sustentan estos puntos de vista, puesto que las teorías predominantes acerca del desarrollo regional se nutren de las mismas concepciones. Se parte de presupuestos tales como que hoy existe, o se está forjando, un único mercado mundial, y que éste es libre. Por ello no hay necesidad de un mercado nacional grande que permita hacer economías de escala y, en cambio, las unidades políticas pequeñas pueden competir con ventaja en el mercado mundial. Desde luego, se reconoce que las mencionadas minúsculas entidades políticas son vulnerables en los terrenos político y militar pero, según el artículo citado de The Economist, éstas pueden acudir a la sombrilla protectora de los máximos poderes bélicos, como lo hizo Kwait ante el ataque iraquí.

Se sostiene que la globalización ha traído una explosión de nacionalismos, una gran fuerza de lo tribal y que la separación territorial y el poder político delimitados por raza o étnicamente son una corriente determinante en los hechos históricos de los tiempos actuales. A esta argumentación la refuerzan los planteamientos de algunos de los teóricos del postmodernismo, quienes se refieren a la obsolescencia del “metarrelato de la nación”.

Alberto Alesina, en el artículo citado, trae a cuento el crecimiento del número de países independientes en los últimos cincuenta años y puntualiza que la mitad de ellos hoy tienen menos población que el estado de Massachusetts. Argumenta que en el siglo XIX, en razón de las barreras comerciales, el tamaño de la nación era de gran importancia. Pero que hoy, dada la liberalización comercial, el gran tamaño de un estado no es claramente favorable. Por el contrario, las pequeñas unidades políticas se benefician más de la apertura y se pueden dar, según sus palabras, el lujo de la especialización. Afirma también que los pequeños estados son grandes beneficiarios de las tecnologías modernas que disminuyen los costos de las comunicaciones de larga distancia. Agrega que los países pequeños tienden a ser étnicamente homogéneos y que los movimientos de independencia, desde Quebec hasta Cataluña, alimentan al menos parcialmente un deseo de lograr la exclusividad racial y cultural y afirma que la liberalización comercial y el separatismo político van de la mano, y que en un mundo de libre comercio y de mercado global aún los grupos étnicos - culturales - linguísticos relativamente pequeños pueden beneficiarse de formar jurisdicciones políticas pequeñas y homogéneas. Kenichi Ohmae, escritor del libro The Boderless World, está promoviendo en el Japón el concepto de República Doshu, es decir, unidades regionales del tamaño de Kyushu o Hokkaido, lo que implicaría la división del Japón en 11 regiones y la reducción del papel del gobierno nacional a la diplomacia, la banca central y la coordinación.

El artículo de The Economist concluye diciendo que de todas formas en los tiempos que corren el separatismo tiene futuro y que ahora el costo de ir solo es probablemente menor que en todo tiempo pasado.

Con relación a este debate contemporáneo sobre el Estado-nación un sociólogo español, plantea lo siguiente: “Así pues, la danza de la muerte actual entre entidades, naciones y estados deja, por una parte, estados-nación vacíos de historia que van a la deriva en el altamar de los flujos globales de poder; y por la otra, identidades nacionales atrincheradas en sus comunidades o movilizadas por la conquista de un estado-nación asediado; en medio, los estados locales se esfuerzan por reconstruir la legitimidad e instrumentalidad navegando por las redes transnacionales e integrando a las sociedades civiles locales”. (Castells, 1999, p. 305)

Los razonamientos arriba expuestos sobre la tendencia de las sociedades nacionales a fragmentarse y acerca de la buena ventura de las organizaciones estatales de mínimo tamaño, chocan con hechos de un peso singular. Cierto que la antigua Yugoslavia se desintegró en cinco miniestados o que la antigua Unión Soviética lo hizo en quince; pero mientras que éstos pierden influencia económica y política en el mundo, las repúblicas que mantienen su unidad, tales como Estados Unidos, o Alemania, que se reunificó después de la caída del muro de Berlín, o la misma República Popular China, que logró el retorno de Hong Kong a su seno, no parecen confiar su destino histórico a la flexibilidad de las pequeñas regiones, sino al poderío de su enorme población y de su gigantesco mercado interno. Los países europeos vienen avanzando en la construcción de su comunidad, seguros de que las ventajas de la escala productiva, más importante ahora que antes, sólo se pueden alcanzar en una organización que abarque a la mayoría de los estados de ese continente.

Con razón se afirma que los movimientos separatistas de carácter étnico, tales como los de Córcega y las islas Canarias, “la única separación que lograrían con la secesión sería la separación del estado nacional con el que estos territorios habían estado asociados con anterioridad. Económicamente, en cambio, la separación los convertiría, con toda certeza, en mucho más dependientes de las entidades transnacionales cada vez más determinantes en estas cuestiones. El mundo más conveniente para los gigantes multinacionales es un mundo poblado por estados enanos o sin ningún estado”. (Hobsbawm, 1998: p. 284).

Distintos analistas han considerado que si la economía norteamericana ha logrado hasta ahora salir relativamente indemne de los coletazos de la crisis asiática y rusa una de las razones principales es el tamaño y suficiencia de su mercado interno. (Foreign Affairs, Mayo-Junio/98) Además la norteamericana es la economía cuyo desempeño depende en menor medida del comercio internacional, como la demuestran las tablas 3 y 4.

Analizando la crisis asiática y la fragilidad tanto macroeconómica, como monetaria y bancaria de los países en desarrollo ante las avalanchas y huidas de inversiones extranjeras, Joseph Stiglitz, economista del Banco Mundial, reconoce que aun con el mejor manejo, las economías pequeñas y abiertas son siempre vulnerables y las compara con un bote pequeño en un mar tormentoso. La creencia de que el mundo marcha en línea recta hacia un único mercado libre debe ser, por lo menos, puesta en duda: no son pocos los reclamos de diversos estados contra las barreras comerciales impuestas por Norteamérica, Japón o la misma Europa. Y ante el estremecimiento del sudeste asiático están emergiendo posiciones que, tanto en la teoría como en la práctica, reasumen la necesidad de la intervención del estado en la economía. No se puede pensar que lo político y lo bélico no juegan ningún papel en el terreno económico. Por ejemplo, el peso de los Estados Unidos como mayor potencia militar y política del mundo tiene una importancia cardinal para los intereses económicos de sus empresas. Recuérdese cómo interviene, amenazando con aplicar la Resolución 301, con la que impondría sanciones comerciales a Colombia y a otros países por participar en acuerdos bananeros con la Unión Europea. En este caso el gobierno estadinense interviene para favorecer a las multinacionales de ese país, tales como la Chiquita Brands y Banana Hawai, siendo que el banano ni siquiera se cultiva en su territorio. Son harto conocidos los problemas ocasionados por la Ley Helms-Burton, por medio de la cual Estados Unidos ha pretendido prohibir a las empresas de todo el mundo negociar con bienes o empresas expropiadas por la revolución cubana. Los altos funcionarios norteamericanos amenazan un día a Japón y otro a la Unión Europea con sanciones si se niegan a abrir a su competencia el mercado financiero, de televisión u otros. En octubre de 1997 el Instituto Latinoamericano del Fierro y el Acero, denunció en Sao Paulo que los Estados Unidos han impuesto restricciones al ingreso de su producto a ese mercado. Conapri, Asociación de Industriales Venezolanos, dijo que los norteamericanos les han impuesto barreras a las importaciones de gasolina y de atún, alegando razones ecológicas. En distintas ocasiones se ha debatido el uso discriminatorio que se hace de normas sanitarias o relacionadas con el medio ambiente para proteger los mercados de la competencia externa. La propia Unión Europea señaló en 1993 que Estados Unidos ha venido imponiendo requisitos unilaterales de estándares de producción, uso de pesticidas, restricciones sanitarias y fitosanitarias y trabas como una exigencias detalladas de facturaciones y de cada uno de los estadios de la producción de bienes agrícolas.

Los anteriores ejemplos muestran que las potencias mantienen la protección de sus mercados, mientras exigen a las demás naciones la apertura. En todas estas medidas proteccionistas juega un papel, tanto el tamaño del mercado que se protege, como el poderío político y militar del Estado respectivo.

Una serie publicada por la revista The Economist muestra que el proceso de globalización ha venido siendo sobreestimado, pues la inversión extranjera directa como porcentaje del producto interno bruto era en los países desarrollados menor en 1996 de lo que fue en 1914.

De igual manera, el mercado interno de la mayoría de ellos sigue jugando un papel preponderante, aunque decreciente, en sus economías. (The Economist, noviembre 8 de 1.997). Las exportaciones representaron en 1996 cerca de un 30% del PIB de Alemania, y apenas un 10% del de Estados Unidos.

El muy mencionado argumento de que la globalización ha traído un auge irresistible de la identidad a partir de la raza o de la etnia y el deseo “de una exclusividad cultural o racial”, con la consecuente tendencia a la separación política, merece ser analizado con particular detenimiento. ¿Si es cierto que es producto de la globalización, y que es tan irresistible, conducirá, entonces, a la lucha de razas en la multirracial Nueva York?. ¿Acaso se desintegrará París por cuenta de los enfrentamientos entre sus pobladores de diversos orígenes, tanto europeos como africanos y latinos? ¿Por qué los Estados Unidos, nación globalizada como ninguna otra, no viven el auge de movimientos políticos separatistas o de partidos con un planteamiento claramente racial?

La historia de la formación de la mayoría de los grandes y también de los pequeños países muestra que éstos son el resultado más de una conjunción de culturas, razas y etnias, que de su aislamiento y separación.

La globalización con sus desarrollos en las comunicaciones, en los transportes, en los flujos de capital y en las migraciones, implica más la interrelación de las culturas e incluso la asimilación de unas por otras, que la tendencia a la exclusividad. “Una consecuencia fundamental de la reducción del espacio (...) ha sido un rápido avance hacia la homegenización de los gustos de los consumidores. El instinto universal de la curiosidad y la propensión generalizada a la emulación han difundido rápido algunos productos por todo el mundo, no sólo en los mercados donde operan las empresas multinacionales sino también en los otros puntos: los radios portátiles, los muñecos del pato Donald, y las novelas existencialistas, por ejemplo, se han vuelto productos comunes en todos los mercados del mundo”. (Vernon 1.980:p. 36 ).

“Los productos manufacturados que aparecen en mercados de Acra o Dar es Salaam, ya no difieren mucho de los encontrados en Yakarta, Cartagena o Recife. La cubeta de plástico ha reemplazado a la calabaza, a la vasija de barro y a las hojas de plátano; los techos de estaño están sustituyendo a las variedades locales de paja; las baterías y los bulbos eléctricos están asumiendo la función del queroseno, la madera, el aceite vegetal y el sebo; el radio portátil y la tableta de aspirina se están uniendo a la lista de los bienes de primera necesidad en todo el mundo” (Vernon, p. 39 ). El citado autor, añade a estos ejemplos otra cantidad de ejemplos de estandarización mundial en equipos eléctricos, tractores y otros.

 


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