| Globalización, desarrollo
  regional y atomización del Estado Nación ©Martha C. Vargas T. Se
  permite la reproducción parcial, sin fines comerciales, del presente trabajo
  siempre y cuando se mencione el Título y la autora y se le informe por
  escrito a: | 2.4
    Yugoeslavia, un caso de fragmentación El papel que juega la política de
  construir estados pequeños pero “bien formados” se puede ilustrar con el
  ejemplo de Yugoslavia.[1] Es muy rica la historia de la
  formación de esta nación de los Eslavos del Sur. Como lo consigna la
  Enciclopedia Británica, el nuevo estado enfrentó problemas desde su
  nacimiento a raíz de su composición nacional, su estructura económica y su
  emplazamiento geográfico. De 12 millones de habitantes empadronados en el
  censo de 1921, más del 12% no eran eslavo parlantes, incluyendo cerca de un
  millón y medio de habitantes entre germano, húngaro y albano parlantes. En
  cuanto a la religión, los cristianos estaban divididos entre adherentes a la
  iglesia ortodoxa oriental y a la católico romana; más de un décimo de la
  población era musulmana. En ausencia de tradiciones e instituciones políticas
  comunes, la tarea de soldar tan disímil material en una nación era
  sobremanera difícil. En la Asamblea Constituyente elegida en 1920, la
  diferencia fundamental entre las partes tuvo que ver con la constitución de
  un estado unitario o uno federal. Croatas y eslovenos desconfiaban de la buena
  fe de los serbios, lo cual se exacerbaba con las soluciones de tipo
  hegemónico que los sucesivos gobiernos le daban a los problemas del país;
  esto condujo a una creciente amargura de los grupos no serbios. Tito, quien emerge como gobernante luego
  del holocausto de mediados de siglo por la conducción que dio a la
  resistencia antifascista, logró aglutinar en un solo estado a dieciocho
  nacionalidades, varios alfabetos, tres regiones, veintitrés etnias ( entre
  ellas las albanesa, húngara, bulgara, croata, macedonia, montenegrina,
  musulmana, serbia, eslovaca, eslovena), seis repúblicas y dos provincias.
  Esto fue posible debido a que las distintas nacionalidades se solidarizaron
  con la revolución en defensa de la integridad nacional y dentro de una nueva
  organización estatal de tipo federal, basada en estados republicanos y con
  una identidad como ciudadanos yugoslavos. Entre los aspectos que más influyeron para
  superar la animadversión nacional, estuvo el rechazo de Tito a las tendencias
  hegemonistas gran serbias y gran croatas, levantando frente a ellas el
  planteamiento de la libertad nacional y de la igualdad de derechos y la
  fraternidad entre todos lo pueblos de Yugoslavia. Entre los resultados más notorios que
  muestran un desarrollo de una más sólida unidad nacional se pueden mencionar
  los siguientes: la generalización de un mismo idioma, una parte sustancial de
  la población prefiere llamarse a sí misma “yugoslava”, disminuyen hasta
  reducirse a un 10% de la población los practicantes religiosos, concentrándose
  la mayor parte de estos últimos en las áreas rurales. Yugoslavia alcanzó un desarrollo
  industrial, agrícola y comercial relativamente importante. Para solo citar
  algunos datos, baste decir que luego de la reconstrucción de los estragos de
  la guerra, más del 70% de sus exportaciones eran de productos manufacturados,
  especialmente maquinaria y equipo de transporte, equipo eléctrico y ropa y
  calzado; también exportaba cantidades notables de maíz, carne y frutas.  Sin embargo las políticas instiladas por
  las potencias, principalmente por Estados Unidos, a la relativamente joven
  nación, dieron origen a una grandísima deuda exterior y a su consecuencia más
  común: la caída en manos de los planes del FMI y el Banco Mundial. Así vino
  una sucesión de reformas que dieron al traste no solo con el importante
  desarrollo económico logrado sino con la unidad nacional alcanzada,
  produciendo una involución que ha llevado a Yugoslavia al estado que tuvo
  hasta antes del comienzo de la presente centuria. Con la reforma económica de 1965, empiezan
  a regir los “principios del mercado”. Según el investigador Hugo Fazio, se
  comenzó a dar un proceso de transferencia de funciones del centro a las
  regiones, se liberalizó el sistema financiero, se delegó en las empresas y en
  los bancos, y no en los gobiernos, la garantía del desarrollo regional y
  éstos debían definir los objetivos económicos, los planes sociales, las
  prioridades de inversión, los impuestos; se liberaron los precios. Sucedió
  una “devolución del poder desde la federación a las repúblicas y provincias”.
  Esto condujo, según el mismo autor, a que a finales de los años setentas, el
  Gobierno Federal, sólo conservara entre sus funciones la representación en el
  exterior, las negociaciones con el Banco Mundial, la acuñación de la moneda,
  y la supervisión del “Fondo federal para el desarrollo acelerado de las
  repúblicas subdesarrolladas y Kosovo”. En los años setentas se profundizan las
  políticas de mercado, lo cual hunde a Yugoslavia en la década de los ochentas
  en una crisis idéntica a la sufrida por los países de América Latina. En 1988
  se adopta constitucionalmente un nuevo sistema económico: se establece la
  propiedad privada, el trato preferencial al capital extranjero, la obtención
  de la máxima ganancia como meta de las empresas, se suspende la estabilidad
  de los empleos, se congelan los salarios, se liberan los precios, se pone en
  venta o se liquida la enorme propiedad estatal prevaleciente. La dirigencia
  yugoslava señaló que los pilares de esta reforma eran los siguientes: a)
  apertura de la economía y la sociedad al exterior y al mercado mundial; b)
  creación de un mercado integrado; c) liberalización de la actividad económica
  y afirmación de la autonomía de las empresas; d) cambio en las relaciones de
  propiedad, igualando todo tipo de propiedad existente. Al mismo tiempo se
  impulsan como políticas de desarrollo las de auspiciar el florecimiento de
  pequeñas y medianas empresas de toda forma de propiedad, mientras se
  “reestructuran” o acaban las grandes empresas que den pérdidas o no sean
  suficientemente productivas y rentables. El resultado de todo esto según el
  presidente yugoslavo Borisav Jovic, fue un fuerte descenso en la producción
  con graves consecuencias para el país”. La situación llegó a ser tan grave
  que sólo en 1987 se produjeron 1.570 huelgas.  Las relaciones entre las distintas
  nacionalidades nuevamente se tornan antagónicas. Las más atrasadas se
  convierten paulatinamente en grandes importadoras de bienes de las más
  desarrolladas, Eslovenia y Croacia, éstas simultáneamente empiezan a exigir
  quedarse con el total de los beneficios y se niegan a transferir recursos a
  las partes atrasadas de su nación. Se produjo un resurgir del nacionalismo,
  jalonado principalmente por las elites nativas, los países europeos, incluido
  el Vaticano y por los Estados Unidos. La disolución era el resultado obvio de
  esta situación. En Croacia, en 1990 Franjo Tudjman gana las elecciones con la
  consigna de la independencia de Croacia. En 1992, la “comunidad
  internacional”, reconoce la independencia de aquélla y de Eslovenia. Esta
  última, “la más preparada para la independencia”, ha sufrido luego de esta
  graves problemas, sus exportaciones, por ejemplo, descendieron del 60% al
  15%, una prueba rotunda de la mayor importancia de su mercado interior frente
  al externo. No obstante los anteriores fenómenos, en
  las elecciones de 1990, un sustancial 25% de los votantes lo hizo por
  partidos constituidos sobre bases no territoriales y el 20% se abstuvo.
  Encuestas realizadas ese mismo año expresaron que más del 70% de la población
  estaba descontenta con los partidos nacionalistas. Lo cual demuestra, a pesar
  de todos los factores en contra, la satisfacción de grandes sectores con los
  avances logrados como nación.  Estas realidades, particularmente el papel
  disolvente jugado por Europa y los Estados Unidos, ha sido velado bajo un
  manto de propaganda humanitaria, que como escribe A. Joxe en Le Monde
  Diplomatique, sirve para encubrir “la responsabilidad de los países europeos
  en el desencadenamiento de la barbarie en Yugoslavia”. Nadie podría sostener hoy, razonablemente,
  que la involución yugoslava con los episodios aún en desarrollo, constituye
  una situación mejor que la que tuvo durante los años de posguerra en los que
  superó esencialmente las murallas chinas surgidas alrededor de las etnias,
  las nacionalidades, las religiones, los distintos idiomas. |