Globalización, desarrollo
regional y atomización del Estado Nación ©Martha C. Vargas T. Se
permite la reproducción parcial, sin fines comerciales, del presente trabajo
siempre y cuando se mencione el Título y la autora y se le informe por
escrito a: |
INTRODUCCIÓN
La presente tesis sostiene que las
políticas de globalización, cuyo motor son el capital financiero mundial y
las empresas multinacionales, tienden a atomizar en regiones a la mayoría de
estados nacionales, a través de la descentralización y de la autonomía
regional en boga. Estas políticas buscan limitar, reducir y fragmentar la actividad
y estructura estatales de los países de mediano y bajo desarrollo. Desde
luego, los Estados más poderosos, cuyas potestades abarcan latitudes cada vez
más dilatadas, no se desintegran, sino que, por el contrario, se consolidan. Con el fin de sustentar tal aseveración,
se han examinado las características principales de la globalización, a
saber, el surgimiento y auge de las empresas multinacionales; la apertura del
comercio; la amplia movilidad de los factores, en particular de los
capitales, y la fábrica mundial. A
estos ingredientes económicos hay que agregar los drásticos cambios políticos
acaecidos en la arena internacional en los últimos años. Todos estos
elementos contribuyen grandemente al debilitamiento de las fronteras y menoscaban
uno de los rasgos primordiales del estado nacional, el mercado interior. Se ha hecho también una síntesis de los
períodos previos de globalización, cuyas etapas iniciales se confunden con el
comienzo del capitalismo y se han examinado las condiciones económicas y
políticas que han desembocado en el proceso actual de internacionalización. Hubo de revisarse sumariamente el curso de
la configuración de los estados nacionales y parar mientes en cómo se
afianzaron superando la dispersión feudal o abatiendo el dominio
colonialista. Una y otra circunstancia favorecieron el que se configurasen
los mercados internos, cuya amplitud y desarrollo determinaron de manera
importante el grado de prosperidad de cada país. El asunto quedaría cojo sin hacer un recuento
de cómo la libre competencia, característica de los primeros estadios del
capitalismo, fue originando oligopolios que controlaron desde las décadas
finales del siglo pasado ramas enteras de la economía de sus propios países y
se extendieron a otras fronteras. Estos oligopolios, cuyas casas matrices se
asientan en las metrópolis, fundan filiales en el extranjero para capturar
más y más mercados. En los comienzos, las filiales manufactureras se
adaptaron, grosso modo, a la nación
receptora, a las dimensiones de su mercado y a sus marcos legales. El recrudecimiento de la competencia que
se produjo en el período de la segunda posguerra hizo necesario que las
empresas que tenían negocios en varias naciones los organizaran a escala
mundial, cosa que se facilitaría con los vertiginosos avances de las
telecomunicaciones y de las computadoras. De allí surgió la empresa
multinacional y desde su surgimiento chocó con los estados nacionales. La multinacional requería centralizar sus
decisiones claves para movilizar todos sus recursos a fin de disputar con
alguna probabilidad de éxito los mercados mundiales. Para hacerlo, debía
atomizar las organizaciones y sectores sociales que la obstaculizaban. La fábrica mundial permitió disgregar
parcialmente las concentraciones obreras y rebajar los costos de la mano de
obra. Era necesario, además, que la mayoría de naciones dejaran de competir,
en cualquier forma, con los grandes consorcios. Si el mapamundi en vez de
componerse de grandes repúblicas, se poblara de pequeñas provincias, o al
menos éstas valoraran más sus vínculos con los grandes capitales y con las
potencias que con su estado, las amenazas de nacionalización o la rivalidad
económica estatal quedarían conjuradas. La gran escala productiva alcanzada por
las compañías gigantes, la ubicación transfronteriza de sus operaciones y la
saturación de los mercados de los países capitalistas, hacían apremiante que
los productos se vendieran sin pago de aranceles ni cortapisas de ninguna
índole. Para lograr una planificación global, las empresas no podían acceder
a las exigencias de las naciones de añadir mayor valor e insumos locales,
recibir transferencia de tecnología y participar en las ganancias y en la
dirección. El desplome de la URSS creó unas condiciones políticas especialmente
favorables para que dichos propósitos, respaldados por la potencia
supérstite, pudieran salir avantes. Claro que las inversiones internacionales
requieren de gendarmería, de vías públicas y servicios tales como acueductos,
electricidad, salud, educación y medios de comunicación ágiles. Como los
estados nacionales, que venían atendiendo estas necesidades, debían limitar
sus atribuciones, o inclusive dividirse, era necesario que la función de
satisfacerlas se transfiriera a los entes regionales, los cuales tendrían que
emular angustiosamente por atraer la inversión foránea. El examen de la literatura sobre el
desarrollo regional demuestra que éste se concibe a partir de unidades
“pequeñas”, “flexibles”, que se afanen y compitan por ser coquetas o atractivas
al capital extranjero, para lo cual deben colmarlo de todas las garantías y
favorabilidades. Hay un ejemplo, entre muchos otros, que
ilustra cómo toman cuerpo estas doctrinas. El elogio que se hace de “la
exitosa experiencia del Estado de Ceará”, en el nordeste del Brasil, sostiene
que ella “prueba que la pobreza colectiva no es una lápida, es sólo un
peñasco en el camino”. (Boisier 1.997: ). A propósito de lo anterior, el 29 de
agosto de 1997, The Wall Street Journal
Americas trae la información de que los Estados del Nordeste del Brasil,
una de las regiones más pobres del mundo, han desatado una desaforada
competencia con los del Sur y entre sí, para atraer capitales, con el fin de
remplazar las disminuidas ayudas federales. El diminuto Estado de Ceará ha
prodigado a las empresas alivios tributarios, concesiones en el uso de la
tierra, construcción de sistemas de transporte de agua para las plantas
fabriles, amén de rebajas en los ya ínfimos salarios y ha llegado a pagar de
sus escasos recursos los primeros meses de la nómina de las empresas que se
instalen en su territorio. El propio Matt Moffet, redactor de The
Wall Street, señala que los Estados de esta deprimida región están ofreciendo
más de lo que reciben por las inversiones, e informa que en el afán de
complacer a los inversionistas, el Estado de Alagoas incurrió en tales gastos
que tuvo que declararse en quiebra. He ahí un ejemplo de lo que puede suceder
con las regiones en la era de la globalización. La tesis incluye una síntesis de las políticas
de descentralización puestas en marcha en Colombia, desde 1982, que muestran
la tendencia a descargar responsabilidades en los entes territoriales y que
la articulación de lo global con lo local se orienta a fragmentar los estados
nacionales. Finalmente, se revisa de manera sumaria el desempeño económico de
la costa Atlántica colombiana durante el periodo de la apertura, para mostrar
un caso que pone en entredicho las teorías que afirman que las regiones se
desarrollan en la medida en que se abran al mercado mundial en el contexto de
la globalización. Decenas de millones de personas se ven
afectadas por las determinaciones del directorio de una compañía. Según han
reconocido los organismos internacionales, la pobreza, el hambre y el
desempleo afectan a una porción considerable de la humanidad. Es tal la
concentración de la riqueza que 389 multimillonarios poseen en conjunto una
renta equivalente a la del 45% de la población del planeta. (Castells, 1.999
). Los propios dragones asiáticos, tan elogiados por los teóricos
neoliberales, se debaten en una profunda crisis. Eliminadas o reducidas las
regulaciones estatales en materia de inversión extranjera, de relaciones
laborales, de comercio exterior, entre otras, el enorme desequilibrio entre
una poderosa multinacional y una región hace que aquélla actúe sin control
alguno. Ante el hecho de que el nuevo orden
mundial se está diseñando para complacer a los inversionistas internacionales,
es dable preguntarse con Barnet y Muller: “¿Con qué derecho un grupo
autoseleccionado de fabricantes de medicinas, de galletas y de computadoras
se convierte en arquitecto del nuevo mundo?” (Vernon, 1980 p. 43). |